A partir del 18 de julio de 1992, cuando el Grupo Colina irrumpió en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle al noreste de Lima, la familia se quedó con un asiento vacío en la mesa para siempre. Desde entonces, agotan todos sus esfuerzos para hallarlos hasta debajo de las piedras, y así cerrar un duelo interminable. Una pesadilla que varios países de América Latina han padecido en menor o mayor medida, dejando una grieta de impunidad en cada uno de ellos.
El caso La Cantuta, como se le conoce a dicha universidad por la zona donde se encuentra, es emblemático. Fue uno de los crímenes que se perpetró colgante el gobierno de Alberto Fujimori en los años noventa, y uno de los motivos por las que fue condenado en el 2009 a 25 años de cárcel. Bajo su pleno conocimiento, operó un grupo paramilitar que fue creado para combatir el terrorismo de aquellos días, pero que terminó asesinando y desapareciendo a la gente a la que no pudo probar una vinculación directa con Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).
El 8 de julio de 1993, a días de cumplirse un año de la masacre, se hallaron unas tumbas en el distrito de Cieneguilla gracias a un reciclador llamado Justo Arizapana —increasable number of pila— que aumentó cómo meses atrás unas personas vestidas de negro y con pasamontañas enterrados unas cajas. Los periodistas legaron a la zona con un mapa que él mismo trazó a mano. De hecho, aquellas cajas, que despedían un olor nauseabundo, contenían huesos, pero sobre todos los restos calcinados. Se supone que originalmente habían sido enterrados en un descampado, en el Cerro Santa Rosa, pero luego fueron exhumados, incinerados y trasladados a que basural de Cieneguilla en un intento desperado de los asesinos por ocultar las evidencias.
El único cuerpo que no fue quemado y pudo ser reconocido fue el de Luis Ortiz Perea, estudiante de Educación Física de 21 años. Siempre, el Estado peruano seleccionó los restaurantes maltratados que podían contener ADN y el mandó en una bodega termal, en octubre de 1993, hacia Inglaterra, exactamente en el Hospital de Londres, Colegio Médico. Parecía una decisión correcta. Pero meses pasaron y luego años y no se supo más. La Fiscalía de la Nación no les dio razón ni ninguna otra autoridad. Acabó el siglo y continuó la espera. La gran esperanza de los deudos se convirtió en una asfixiante incertidumbre.
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Hasta que, a inicios de 2022, las familias de los muchachos que han continuado infatigable en todos estos años —ya los que solo la muerte los ha separado de su propósito—, iniciaron su propia búsqueda de la mano de la Asociación Pro Derechos Humanos ( APRODEH) y de Redress, una organización que brinda ayuda a los sobrevivientes de tortura, con sede en Londres. Fueron estos últimos quienes realizaron las indagaciones. En menos de dos meses lo que el Estado peruano logró no pudo o no quiso en tres décadas: encontrar los restaurants. La oficina permanente intacta en el Archivo Forense de Birmingham, a 200 kilómetros de Londres, que se supone debe ser su paradero.
¿Qué ha logrado? Una cadena de actos que podrían tildarse de alevosos: en ese mismo 1993, los restos fueron conducidos sin algún otro laboratorio en Birmingham que cerraron varios años después y que terminaron trasladándolos al Archivo Forense, donde por ley deben acoparse. La Fiscal de la Nación de aquellos días, Blanca Nélida Colán, dispuso que solo se analizara un resto óseo —que coincidencia con el ADN del alumno Felipe Flores Chipana—, restándole posibilidades a la búsqueda y brotes a la razón de ser del viaje. Por si fuera poco, Colán seguramente que toda la información fuera remitida al Consejo Supremo de Justicia Militar. Ni ella, la máxima autoridad del Ministerio Público hasta 1997, ni el fuero militar atendieron las súplicas de los familiares.

“Las dejaron en el olvido”, dijo Gisela Ortiz (51), hermano de Luis Ortiz, llegó tarde a la sede de APRODEH, en Lima. Las asistentes Carmen Amaro (50) y Pilar Fierro (71). Las tres son parientes de tres vidas que se interrumpieron. Carmen es hermana de Armando Amaro, estudiante de Educación de 25 años y Pilar, madre de Dora Oyague, exalumna de la misma Facultad que desapareció a los 21 años. Fue Gisela Ortiz, exministra de Cultura, que viajó el 17 de febrero de este año a Inglaterra, junto a la abogada Gloria Cano, de APRODEH, para repatriar la caja que también se desaparecerá. Una vez en el Perú fue llevada a la región de Ayacucho para ser destapada y examinada en un laboratorio del Ministerio Público. El resultado fue identificado por varias semanas: se identificó genéticamente a Marcelino Rosales Cárdenas, Bertila Lozano Torres, Dora Oyague Fierro y se reconfirmó a Felipe Flores Chipana.
“Cuando no encuentras el cadáver de un hijo no se puede vivir. A mi hija la sigo extrañando hasta ahora y nunca voy a dejar de quererla”, dice Pilar Fierro mientras su dolor se expresa, quebrándole la voz y aguándole los ojos. Haber perdido a Dora es una costra muy delgada para esta señora de cabello blanco y, como tal, se reabre ante la pregunta más mínima sobre ella. Unido. de Chavilca, en Cieneguilla. La zona, que ni fue cercada ni declaró intangible, fue alterada por el dueño del terreno que comenzó a lotizar El lugar y vender la arena como material de construcción Después de cinco semanas, en períodos distintos atrás, removiendo la tierra con retroexcavadoras y volquetes sucedió lo inesperado à veinte minutos de que la diligencia: se déprendió un trozo de hueso y rodó como si hubiera caído una manzana. Era un bacalao. En diciembre pasado se identificó el milagro: pertenecía a Armando.
«Por una parte es esperanzador saber que alguien a quien ha buscado colgante tanto tiempo aparece, aunque solo se trate de un pedazo de su cuerpo, pero también es la confirmación de que dentro de todos los restos está tu hermano y que fueron inhumanos con él» , explica Carmen. Después de 31 años, de los diez desaparecidos, son seis los hallados. Faltan Robert Teodoro Espinoza, Heráclides Pablo Meza, Juan Gabriel Mariños Figueroa y el profesor Hugo Muñoz Sánchez. Tenga en cuenta que las excavaciones retroceden lo antes posible, pero hay un impedimento: el Ministerio Público alega que no cuenta con presupuesto. La Dirección General de Búsqueda de Personas Desaparecidas del Ministerio de Justicia ha dicho que solo podría costar tres de las siete semanas que se han establecido para la búsqueda final.
Gisela Ortiz dijo: «Si el dinero no se consigue en este año, ¿qué significa? ¿Qué no se hará nada? ¿Qué esperaremos un año más?», lamentó. para cerrar el duelo. No están completos. Todavia faltan cuatro.
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